Antecedentes heráldicos

Armas del Reino de Toledo

Aparte de invenciones fantásticas, como las que se refieren a unas supuestas armas del Reino visigodo consistentes en un león bermejo en campo dorado, recuerdo del favor imperial romano, o de otras de la etapa musulmana que constarían de dos estrellas sobre dos mundos, ambos atribuidos también a la propia ciudad de Toledo; los primeros datos disponibles sobre la heráldica del Reino Toledano hacen referencia a un escudo de azur con un busto de oro. No hay una interpretación fiable para tal definición, más que el tradicional sím­bolo de un rey sentado en su trono que, con variantes, fi­gura en numerosas representaciones heráldicas de hasta primeros del pasado siglo, en que el innominado monarca (seguramente el propio Alfonso VI) aparece en un trono con dosel de gules. Esta misma figura heráldica aparece en el escudo de Ciudad Real, en el que el rey representado es Alfonso X, fundador de la ciudad.

La bandera de Toledo en las Pompas Fúnebres de Carlos V.

Otro emblema del Reino sería a continuación el de una corona imperial de oro, en campo de azur, supuestamente por simplificación de las anteriores. Éste último aparece en numerosas ilustraciones del siglo XVI y XVII, como el diseño que figura en el li­bro “Wappenbuch des Heiligen Römischen Reichs” de 1581, en la Genealogía de Carlos V que figura en un pergamino de la Biblioteca de los duques de Borgoña, o en los mapas del cartógrafo holandés Jan Blaeu (como el reproducido arriba). Y es que Toledo se convierte rápidamente en la corte castellano-leonesa, ­es decir, en cabeza del pretendido imperio hispánico, hasta el traslado de la misma a Madrid. La continua presencia del Soberano hace inviable que el Reino conserve sus símbolos tradicionales, hasta el ex­tremo de sustituir el ya de por sí poco representativo busto, por las propias Armas reales o imperiales.

Ninguno de estos signos ha dejado rastros en la heráldica o vexilo­logía regionales. Sí lo han hecho, en cambio, los propios de Castilla y los de las Órdenes Militares.

De la Heráldica castellana poco se puede añadir a lo que es de general conocimiento, aparte de las perennes polémicas sobre si rojo, carmesí o morado. Lo más universalmente admitido es, sin despreciar opiniones contrarias, que el emblema castellano es el castillo de oro, aclarado de azur y mazonado de sable, en campo de gules. Éste es el emblema que aparece con mayor profusión en todos los territorios de la Corona castellana, incluido, por supuesto el reino toledano, donde habitualmente aparece acompañado del león de púrpura leonés, pues la conquista de este reino se produce cuando Castilla y León están ya unidos bajo la misma corona.

Las órdenes militares en Castilla-La Mancha

En lo que se refiere a las órdenes militares, la simbología de estos cuerpos religiosos ar­mados ha sido muy variable. No obstante, se pueden establecer algunas generalidades, aparte de que sus emblemas hayan consistido siempre en alguna forma de cruz:

La Orden de Calatrava usa una cruz roja floreteada y cantonada de ocho círculos acostados y unidos al centro, acompañada a veces con unas trabas azules o negras. El estandarte traía una cruz negra al inicio, pero después se cambió al rojo en recuerdo de la sangre derramada por los hermanos de la orden en la batalla de Alarcos. siendo su emblema más conocido es el de la cruz roja floreteada.

La Orden de Santiago, por su parte, ostenta la cruz (mitad cruz, mitad espada) en rojo, conocida también por ser el emblema de numerosos cuerpos militares españoles y también de la Asociación Española contra el Cáncer.

El símbolo tradicional de la Orden de San Juan es una cruz blanca en campo rojo (tal como hoy figura en su bandera soberana), pero lo más característico de esta orden es la cruz blanca de ocho puntas (representando a las ocho virtudes teologales).

Puede decirse que el número de variantes conocidas de las cruces de las citadas Órdenes Militares es considerable, habiendo evolucionado con el tiempo y los gustos, y aunque generalmente se tiende a utilizar unos modelos determinados, no existe razón alguna para considerarlos más tradicionales o más correctos que otros.