La Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, integrada por las provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo, se constituyó formalmente en 1982, tras la aprobación de su Estatuto de Autonomía por la Ley Orgánica 9/1982, de 10 de agosto, publicada en el B.O.E. del 16 de agosto. Castilla-La Mancha es, por tanto, fruto directo del sistema de organización territorial y política de España previsto en el Título VIII de la Constitución de 1978.
Para ponernos en situación, incluyo a continuación un artículo publicado el 31 de mayo de 2020 en el suplemento Verne del diario El País, sobre la denominación de la Comunidad autónoma:
Por qué Castilla-La Mancha tiene un guion en su nombre y Castilla y León no.
La comunidad celebra este 31 de mayo su día, que conmemora el aniversario de la constitución de las Cortes Regionales
En España tenemos 17 comunidades autónomas y solo una lleva un guion en su nombre: Castilla-La Mancha, que este 31 de mayo celebra su día grande. Aunque ahora las regiones tienen una gran importancia administrativa y política, no siempre fue así, hasta la llegada de la democracia el poder se concentraba en las provincias y en sus diputaciones. Es la Constitución de 1978 la que regula cómo se van a crear las comunidades autónomas actuales. Dos de los nuevos territorios surgidos en ese momento fueron Castilla-La Mancha y Castilla y León, que, aunque siguieron procesos muy parecidos en la agrupación de provincias, tienen algo distinto que llama la atención, su nombre. La comunidad castellanoleonesa tiene una “y” en él, mientras que Castilla-La Mancha cuenta con un guion. ¿De dónde viene esta diferencia?
“Al comenzar la Transición se forman las comunidades autónomas teniendo presente la historia, pero también las realidades administrativo-políticas nuevas. Con el nombre de Castilla y León se intenta sumar dos pasados históricos diferenciados, los reinos de Castilla y de León”, explica Isidro Sánchez, doctor en Historia y Geografía y colaborador honorífico de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). Tanto es así, sigue el profesor, que “hoy León sigue intentando caminar por su cuenta”, tal y como contamos en este artículo.
Hasta entonces y desde 1833, existían Castilla la Vieja y Castilla la Nueva. El primer territorio estaría formado por las provincias de Burgos, Valladolid, Palencia, Ávila, Segovia, Soria, Logroño y Santander; y el segundo por Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Toledo. Con la llegada de la democracia La Rioja y Cantabria abandonaron Castilla la Vieja y la antigua región de León (con las provincias de León, Salamanca y Zamora) se incorporó a lo que hoy es Castilla y León. Madrid se descolgó de Castilla-La Mancha y Albacete, que había formado parte de Murcia, se unió a esta.
Para Sánchez la “y” de Castilla y León muestra separación, mientras que “el guion de Castilla-La Mancha trata de expresar relación entre conceptos o entidades históricas”. En la denominación de esta comunidad se intenta poner de manifiesto dos regionalismos históricos, el castellano y el manchego, que conviven en Castilla la Nueva, aunque el manchego adquiere mayor protagonismo con la anexión de Albacete. Jairo Javier García, profesor de Filología de la Universidad de Alcalá, explica a Verne que la diversa unión de los componentes de ambos corónimos –término que se aplica a los nombres de regiones o de territorios de cierta extensión– refleja bastante bien las dos realidades. “Mientras La Mancha es la región más distintiva de Castilla-La Mancha y por eso sirve para distinguir nominalmente a esta comunidad, unida al topónimo Castilla mediante guion, Castilla y León mantienen con la conjunción y un elemento de unión, pero también de diferenciación más acusado”, explica.
La primera vez que vemos atisbos de lo que hoy es la comunidad del Quijote es en la Declaración de Mota del Cuervo de 1976, en la que procuradores de las cinco provincias se reunieron movidos por la necesidad de posicionarse frente a las llamadas comunidades históricas. Para José Antonio Castellanos, profesor de Historia Contemporánea de la UCLM, la creación de Castilla-La Mancha es “artificial”: “Nunca en la historia había existido una entidad administrativa igual (sí parecida, como Castilla la Nueva), pero las cinco provincias nunca antes habían estado juntas conformando una entidad administrativa”.
En Castilla y León hay dos ámbitos diferenciados; pero en Castilla-La Mancha, no, cuenta Castellanos: “Todas las provincias castellanomanchegas históricamente se pueden asociar a Castilla, pero no todos los territorios de Castilla-La Mancha son manchegos. El caso más llamativo es Guadalajara, donde ningún enclave puede considerarse manchego”. Sobre por qué la región se llama así, el profesor explica que no hay una ley que establezca la denominación, sino que fue el uso y la costumbre de ver el guion lo que llevó a que se siguiera escribiendo de este modo.
Cuando se formaron las preautonomías, en 1978, a lo que hoy es Castilla-La Mancha se le llamó en real decreto “región castellano-manchega”. Ya entonces se instituyó como órgano de gobierno la Junta de Comunidades de la Región Castellano-Manchega. A día de hoy, esa alusión a comunidades en plural se mantiene con la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. En esos años, según relata Castellanos, la prensa ya había adoptado el guion como parte del nombre. Es en el Estatuto de Autonomía de 1982 cuando la región pasa a llamarse como hoy la conocemos.
¿Y los gentilicios?
Para referirnos a los habitantes de Castilla-La Mancha no siempre se puede decir únicamente castellanos o manchegos, como explica Fundéu, ya que dependerá de donde sean. Lo correcto, sin duda, es decir castellanomanchegos. También castellanoleonses. Sin guion. Aunque hasta hace seis años la RAE sí contemplaba en el caso de Castilla-La Mancha las dos posibilidades, con guion y sin él, en el diccionario de 2014 ya no incluía castellano-manchego.
El motivo del cambio es que en la Ortografía de la Lengua Española de 2010 se establecía que solo llevarían guion los gentilicios que reflejan la unión de dos entidades geográficas diferentes, por ejemplo, película franco-alemana. En este sentido, la RAE considera a Castilla-La Mancha un único territorio autónomo, por eso en el Diccionario de la Real Academia el guion del gentilicio ha desaparecido.
Prehistoria
Esta Región no es una de las llamadas nacionalidades históricas, pero eso no quiere decir que sea una Comunidad sin Historia: Castilla-La Mancha ha estado poblada desde la prehistoria, como lo testimonian los restos del paleolítico hallados en Alpera y Minateda (Albacete), los del neolítico en Valdepino (Cuenca), y los del bronce, fechados hacia el 2500 a.C. Las primeras fuentes escritas aparecen de la mano de griegos y romanos en los siglos V y IV a.C. y nos dan noticia de los primitivos pueblos iberos en Albacete, o celtíberos en Guadalajara. De esta época datan la Bicha de Balazote y la Dama oferente del Cerro de los Santos, obras maestras de estos pueblos prerromanos.
A partir del año 193 a.C. (batalla de Toletum) se inició la ocupación romana, se fundaron nuevas ciudades (Segóbriga y Valeria, entre otras), se revitalizaron otras, como Toletum u Oretum, y se construyó una importante red de vías de comunicación y otras obras públicas. Administrativamente, el territorio de la actual Castilla-La Mancha estuvo repartido entre las provincias en que se había organizado la Hispania romana: Bética, Lusitania, Tarraconense y Cartaginense.
Otro hecho importante en esta etapa es la cristianización de los habitantes de la región, que era casi total a finales del siglo III d.C.
En el siglo V, los pueblos germánicos que acosan al decadente imperio romano comienzan a realizar incursiones por el territorio de Castilla-La Mancha. El más importante de estos pueblos, el visigodo, que se había establecido en la península en el 507, al ser expulsados de Tolosa (actual Toulouse, en Francia) por los francos, fija la sede de su reino en Toledo en época de Atanagildo (555-567).
La Monarquía visigoda reemplaza entonces el poder de Roma, estableciendo un sistema jurídico y administrativo que puede considerarse como la primera estructura estatal propia de la Península Ibérica, con centro político en Toledo.
El reino visigodo de Toledo
El reino visigodo de Toledo comenzó a cobrar entidad durante el reinado de Leovigildo (568-586). Este monarca consiguió implantar un dominio político efectivo en la mayor parte del territorio peninsular, imponiéndose a la aristocracia hispanorromana de la Bética (573-576) y anexionando el reino suevo de Galicia (585). Toledo se convertirá entonces en el centro político y religioso (“Urbs Regia”) de la España visigoda, allí se celebrarán los famosos Concilios y se coronará a los nuevos reyes de una monarquía que abarcaba entonces la mayor parte de la península ibérica, y la totalidad de lo que hoy es Castilla-La Mancha.
Tras una primera etapa de división y conflictos entre los dominantes visigodos y la mayoritaria población hispano-romana, Recaredo consigue la unidad religiosa en torno al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589). La unidad jurídica se conseguiría con la promulgación por Recesvinto del “Liber Iudiciorum” (654), primer código de ámbito territorial y no personal, por el que debían regirse todos los jueces, tanto los visigodos, como los hispano-romanos, que hasta entonces se habían regido por normas diferentes.
El Reino de Toledo pervive hasta comienzos del siglo VIII en que la fragmentación del Estado Visigodo y las luchas internas por el poder, facilitan la invasión musulmana. El último rey de Toledo, Rodrigo, fue derrotado y probablemente muerto por los musulmanes en la batalla de Guadalete (711); con él desapareció el Reino de Toledo, hasta su reaparición como reino “taifa” a comienzos del siglo XI.
La Taifa de Toledo
Los reinos de “taifas” habían nacido de la disgregación del Califato de Córdoba a comienzos del siglo XI. Los principales, además del de Toledo, fueron los de Sevilla, Badajoz, Zaragoza, Valencia, Denia, y Granada, aparte de otros menores, como Niebla o Almería. Todos ellos tuvieron una extensión muy variable a lo largo de su historia, aunque el de Toledo abarcó la mayor parte del actual territorio regional, (ver mapa) en permanente disputa con los reinos fronterizos.
Ismail Dahfir del clan bereber de los Beni Dilnun, es el primer monarca del nuevo Reino de Toledo, tras proclamar su independencia de Córdoba en 1036.
El segundo, Abul asan Yaya ben Ismail ben Dylinun al-Mamún (1038-1075), conocido en las crónicas cristianas como “Almamún” o “Alimenón”, fue considerado el más poderoso de los soberanos musulmanes de su tiempo. Conquistó Córdoba y Valencia, y a su vez fue ayudado a conquistar el trono por Fernando I de Castilla y León. Posteriormente se enfrentó con él, siendo derrotado y convirtiéndose en tributario de los reyes castellano-leoneses. Fue conocida su amistad con Alfonso VI, a quién dio asilo cuando éste fue destronado por su hermano, Sancho II. Almamún murió envenenado en Córdoba, en 1075, cuando acababa de conquistarla con la ayuda de Alfonso.
El último rey musulmán de Toledo fue Yahya ben Ismail ben Yahya Al-Kadir (1075-1081), nieto del anterior. Éste perdió las conquistas realizadas por su abuelo, así como las provincias al sur del río Tajo. También tuvo que enfrentarse a la sublevación de sus súbditos, divididos en dos facciones: por un lado los musulmanes, que eran partidarios de una ruptura de la alianza con Castilla y del acercamiento a los otros reinos musulmanes, apoyados por el rey Al-Mutawakkil de Badajoz; y por otro los mozárabes (cristianos que habían mantenido su fe) y judíos, partidarios de la alianza con Castilla e incluso de la anexión.
En 1080, Al-Mutawakkil entró en Toledo, mientras Al-Kadir se refugiaba en Cuenca. En 1081, Al-Kadir cedió sus derechos sobre Toledo al rey Alfonso VI de Castilla y León, a cambio de que éste le ayudara a reconquistar el trono de Valencia.
La Reconquista
Después de la cesión de Toledo, Alfonso VI aún tardó cuatro años en entrar en la ciudad. Para mantener su honor, la población de Toledo había llegado a un acuerdo secreto con el rey castellano, mediante el cual Alfonso “atacaría” a los toledanos durante cuatro años, después de los cuales éstos se rendirían. De esta forma, la ciudad de Toledo se entregó a los castellanos el 6 de mayo de 1085, entrando el rey en la ciudad el 25. La toma de la ciudad de Toledo y la incorporación de estos territorios a la Corona de Castilla constituyen un momento crucial en la Reconquista que hizo cambiar sustancialmente la relación de fuerzas en la España medieval.
La reconquista de Toledo supone, sobre todo, un cambio en la relación de fuerzas entre la España cristiana y la musulmana. Antes de esta conquista el poderío musulmán era superior en todos los ámbitos (militar, cultural, etc.). Sólo sus frecuentes periodos de división y guerra civil (conocidos como “fitna”) habían permitido a los reinos cristianos sobrevivir e incluso expandirse. Tras la conquista de Toledo la situación se invertirá a favor de los Estados cristianos, y sólo la intervención norteafricana (almorávides, almohades y benimerines) retrasará la derrota final de la España musulmana hasta finales del siglo XV.
Por otro lado, supone también un cambio en las relaciones entre los diferentes reinos cristianos: hasta la conquista de Toledo, León, considerándose heredero del antiguo reino visigodo, reclamaba su supremacía sobre los demás Estados ibéricos. La incorporación del Reino de Toledo a Castilla, siendo Toledo la antigua capital visigoda y la sede episcopal más importante de España, aportará a este reino la base teórica sobre la que reclamar su supremacía.
No sin dificultades, con avances y retrocesos, pero sin perder ya más Toledo, la reconquista continuó durante los siglos XI, XII y XIII. Con Alfonso VI, además de Toledo, se reconquistó Guadalajara; en el reinado de Alfonso VIII se recuperaron Cuenca y Alcaraz, y la reconquista del territorio culminaría bajo los reinados de Fernando III “El Santo” y Alfonso X “El Sabio”, pudiendo considerarse finalizada en nuestra región con la toma de Montiel en 1233.
A partir de este momento, la historia del reino toledano y del resto de Castilla-La Mancha coincide con la de Castilla y con la de España, sin embargo, el recuerdo del antiguo Reino visigodo que había tenido cierta continuidad en el Reino Taifa del mismo nombre, hizo que, al menos nominalmente, se conservara la denominación de Reino de Toledo para estos territorios, que abarcaban la mayor parte parte de lo que hoy es Castilla-La Mancha.
Con los Reyes Católicos, la división entre los reinos de Castilla y Toledo se cambiará por la de Castilla la Vieja – Castilla la Nueva (la provincia de Albacete, fronteriza con los territorios de la Corona de Aragón, pertenecería al Reino de Murcia), pero el título de Rey de Toledo se había incorporado ya a los que ostentaba el Monarca castellano y, más tarde, los Reyes de España.
Las órdenes militares
Durante el proceso de la Reconquista y en el periodo que siguió a ésta se hizo necesario repoblar y defender las tierras recién recuperadas. En esta tarea, además de en la propia guerra jugaron un papel esencial las Órdenes Militares. Transformada la Reconquista en una Cruzada, y derivándose de la propia estructura del territorio, extenso y poco poblado, fueron estas instituciones, mitad religiosas y mitad militares, las que reafirmaron el dominio cristiano en toda la parte sur del reino castellano. Este territorio, conocido como “La Mancha” (palabra de etimología árabe, para designar un país seco), fue conquistado y administrado por tres Órdenes: la de Calatrava, la de Santiago y la de San Juan.
La Orden de Calatrava, nacida con regla del Císter, fue fundada en 1158 por el Abad de Fitero, respondiendo al encargo del rey Sancho III de defender la villa y castillo de Calatrava (actual Calatrava la Vieja, cerca de Carrión de Calatrava); fue confirmada por Bula del Papa Alejandro III el 26 de septiembre de 1164. Los caballeros de Calatrava participaron activamente en la Reconquista castellana, en especial el asalto a Cuenca (1177), en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), y en las campañas de Fernando III en Andalucía (1218/1250); contribuyeron eficazmente a someter a los musulmanes sublevados durante el reinado de Alfonso X el Sabio, y, frente a este rey, apoyaron a su hijo Sancho IV en 1282. Su colaboración fue premiada por los reyes con cuantiosos donativos, que hicieron de la Orden una de las potencias económicas de Castilla y Aragón, hasta el punto que, en los siglos XIV y XV, tenía dos grandes encomiendas en Calatrava y Alcañiz; ochenta y cuatro encomiendas menores y setenta y dos iglesias; y sus maestres ejercían jurisdicción sobre doscientas mil personas. La sede de su Priorato estuvo principalmente en Almagro y su fortaleza más importante en Calatrava La Nueva.
La Orden de Santiago, la última en el tiempo de las grandes ordenes castellano-leonesas, fue creada el 1 de Agosto de 1170 por el caballero leonés Pedro Fernández. Sus freires adoptaron inicialmente el nombre de “freires de Cáceres”, por ser éste el primer lugar que les fue concedido por Fernando II; al año siguiente, el arzobispo de Santiago recibió al maestre de la nueva Orden como canónigo de la iglesia compostelana y dio a sus caballeros el nombre de Santiago. Esta orden nació para luchar contra los musulmanes de la península, contra los africanos después, y por último, y sólo en el caso de que ambos grupos fueran vencidos, los freires se proponían combatir al Islam en Jerusalén.
La política militar de los Reyes de Castilla, León y Portugal a fines del siglo XII y comienzos del siglo XIII no podría explicarse sin la existencia de los santiaguistas; las campañas andaluzas de Fernando III deben su éxito a ellos, y sin el concurso decisivo del maestre Pelay Pérez Correa no habría sido posible la conquista de Sevilla en 1284, ni la sumisión de los mudéjares sublevados en 1266.
En Castilla-La Mancha, además de diversos castillos en el Campo de Montiel, el centro de su dominio era la comarca conocida como “El Común de la Mancha”, del que formaban parte las poblaciones de Campo de Criptana, Mota del Cuervo, Quintanar, Socuéllamos y El Toboso, entre otros; muchos de ellos con la denominación de “de Santiago” o “de la Orden”, en su toponimia. Su centro más importante en la Región fue el Monasterio de Uclés.
La Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén (conocida también como Orden de Malta, desde que el emperador Carlos V les cediera la posesión de esta isla), hace su aparición en Castilla por carta de donación de Consuegra por Alfonso IX en 1183; siendo posteriormente confirmada por el Papa Lucio III. Aparte de la villa citada, que fue su primera capital, el Priorato de la Orden estaba constituido por las de Madridejos, Camuñas, Herencia, Urda, Tembleque, Villacañas, Villarta, Arenas y Turleque, con el nombre de “Priorato de Castilla” y capital en Consuegra; y las de Villafranca, Quero, Alcázar y Argamasilla de Alba, con el nombre de “Priorato de León” y capital en Alcázar de San Juan. Esta subdivisión fue consecuencia del litigio habido entre don Diego de Toledo, hijo del Duque de Alba, y don Antonio de Zúñiga, resuelto por Carlos I de modo salomónico.
El Concordato de 16 de marzo de 1851 supuso el final de las jurisdicciones privilegiadas, incluyendo las de estas tres Ordenes, así como algunas otras de la Península (Montesa, Alcántara), y aunque ya mucho antes habían perdido su independencia jurisdiccional con respecto a los soberanos españoles, sus nombres han persistido en la toponimia manchega.